El Ártico ha dejado de ser una región periférica para ocupar un lugar central en la geopolítica actual. El deshielo está facilitando el acceso a los recursos naturales de la zona y ha abierto nuevas rutas marítimas, lo que ha despertado el interés de los Estados árticos y de actores externos, intensificando la competencia entre potencias como Rusia, Estados Unidos y China.
Rusia está liderando un proceso de militarización, reforzando su presencia en la región, lo que ha provocado una respuesta por parte de Estados Unidos, la OTAN y otros países. A su vez, China ha consolidado una influencia ambigua en la zona a través de la Ruta Polar de la Seda.
A pesar de los esfuerzos de gobernanza a través del Consejo Ártico y el marco legal de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, las tensiones entre intereses nacionales, disputas territoriales y rivalidades estratégicas amenazan con desestabilizar la cooperación regional.
El Ártico se configura como un escenario estratégico donde convergen intereses económicos, energéticos, ambientales y militares. Su futuro dependerá de la capacidad de los actores involucrados para gestionar sus diferencias y evitar una escalada de tensiones.
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